Tensiones entre la necesidad, la voluntad y el engaño. Los riesgos de ofrecer sexo en internet.

Hace dos años, Carolina Ferna ndez* llegó a Colombia. Al comienzo vendía empanadas en Cartagena, pero después de exceder los seis meses de estadía que tenía permitidos, la detuvieron. Se sorprendió cuando le llegó a través de redes sociales una ‘propuesta’ de trabajar como modelo webcam (sexo pagado e interactivo a través de internet) y confiesa que aceptó “con mucha vergüenza”.

Carolina tiene unos 40 años. Es de una familia cristiana. Vive en un edificio en Bogota , en el mismo lugar donde esta el ‘estudio’ de producción en que trabaja. Ella es parte del ejército de venezolanas que llegan al país en busca de oportunidades, en un proceso de migración forzada, y del cual muchas terminan laborando en actividades sexuales en línea. Su decisión, dice, fue voluntaria. Para ella, tuvo “suerte”.

“A mí no me explotan, trabajo en un estudio serio. Pero he visto muchos casos de explotación, conozco compañeras que no han corrido con la misma suerte y han terminado en lugares donde han sufrido mucho”, asegura.

En su caso trabaja de lunes a sa bado en jornadas de al menos seis horas. Indica que, como en cualquier empleo, tiene recesos para comer. “Nos pagan entre el 40 y 60 por ciento de todo lo que hacemos. El valor se refleja los 17 y los 2 de cada mes, pues se tardan dos días en convertir el dinero que llega en dólares”. En promedio la quincena ma s baja que ha recibido al momento ha sido de 700.000 pesos. A veces, dice, logra el millón.

Defensores de derechos humanos como ‘Jaimico’, activista que trabaja en temas de explotación sexual y prostitución desde la Fundación Radio Diversia, señalan que las venezolanas se hallan expuestas a todo tipo de  vulnerabilidades. Reciben menos dinero por sus labores, realizan jornadas ma s extensas o, a veces, ven sus documentos de identidad retenidos y enfrentan la extorsión de quienes abusan de ellas. 

Según el activista, algunos sitios de webcam pagan por minuto de transmisión. Es decir, por cada minuto visualizado desde regiones como Europa, Asia y EE. UU.  ‘Jaimico’ relata que mientras las mujeres colombianas obtienen una paga completa, en promedio de 6.000 pesos por minuto trabajado (ma s de 2’000.000 de pesos sin descontar porcentajes de comisión de terceros), a las venezolanas les pagan cerca de 100.000 pesos por día. Si son parejas, pueden percibir 200.000 pesos por jornadas de 8 a.m. a 8 p.m. Durante ese tiempo el estudio que los ‘contrata’ puede lograr recibir unos dos millones de pesos por cada ‘show’. 

«Es una explotación sexual en todo el sentido”, asegura el activista. Adema s del porcentaje, se les descuenta la habitación diaria, en un promedio de 25.000 pesos la noche, y la alimentación (10.000 en desayuno, 12.000 en almuerzo y 10.000 en comida). “Para mí, eso es trata», indica el defensor.

La psicóloga Viviana Quintero, actual directora de apropiación de la Red Papaz, una organización que trabaja en la defensa de los menores en internet, que la prostitucion es un asunto polémico pues es considerada por muchos expertos como una vulneración a los derechos humanos en la medida en que uno no puede consentir su propio abuso o explotación. Por su parte, quienes lo consideran un oficio que puede ser ejercido por adultos coinciden en señalar que la persona que participa en dichos actos sexuales, bien sea a través de internet o no, debe poder hacerlo bajo su propia voluntad, sin pagarle a nadie para hacerlo y sin presión de ningún tipo. 

Según la experta, en Colombia la coerción para actos sexuales configura un delito de violencia sexual. “Incluso si alguien firma un contrato, pero es contra su voluntad, puede tratarse de explotación sexual”, explica y agrega que cuando se habla de «voluntad» no puede ser que alguien necesite comer, otra persona lo sepa y le obligue a hacer algo que no haría de otra forma.

Cuando hablamos de personas migrantes – enfatiza Quintero- que ejercen actos sexuales virtuales o físicos contra su voluntad, se configura el delito de trata de personas con fines de explotación sexual. Si hablamos de menores de 18 años, a quienes también esta n reclutando, el delito se agrava.

El relato de Carolina, la modelo venezolana, coincide con las denuncias de los expertos.

Clamores invisibles

“Algunas modelos me han contado sobre lugares en los que tienen una cuota mínima de 500.000 pesos quincenales. Si hacen menos, no les pagan, porque supuestamente ´generan pérdidas’. Son lugares con un internet precario y pocas condiciones higiénicas en los que es difícil realizar el trabajo. Nadie se masturba con una trasmisión en ca mara lenta por una mala conexión”, afirma la modelo venezolana.

Para Carolina existen dos caras de la moneda: los estudios serios y los explotadores. “Hay estudios de garaje que no tiene seguridad, sanidad ni tecnología y obligan a las chicas a hacer cosas aunque no estén dispuestas. Lastimosamente, algunas caen allí por no informarse bien”. En su caso se enteró por Facebook. Aunque no tiene cuenta en la red social, vio un anuncio desde el perfil de una amiga. Semanas después hizo la entrevista. 

“Fue un choque tenaz. Hay gente muy enferma tras las pantallas. Soy lesbiana y para mí fue muy difícil prestarme para que hombres se masturben con mi imagen… Yo asumo que soy simplemente una actriz y me desempeño ante la ca mara”, cuenta. 

Cuando inició, Carolina cuenta que casi se desmaya. “Decía, Dios mío, no me veo haciendo esto o aquello. Hay cosas que jama s me atreveré a hacer… No creo que mi cuerpo lo soporte», explica.

Carolina asegura que ha sentido ma s discriminación en otros ambientes, en panaderías y restaurantes donde estuvo antes, que en el estudio en el que convive con algunas de sus compañeras. “Cuando me conecto veo a 4.000 mujeres ma s transmitiendo. Todas competimos contra miles de mujeres ma s, difícilmente las venezolanas vamos a ser la única competencia».

Pasa mucho tiempo sola. Su familia no sabe a qué se dedica y procura no hablar mucho del tema «soy una mala mentirosa», dice. Indica que por su oficio es difícil encontrar una pareja. «Después de las jornadas de ma s de 6 horas no me quedan ganas de nada… entiendo que los dema s tienen deseos y necesidades, pero yo necesitaría ma s como una compañía». 

Por ahora su meta es ahorrar. Quiere irse de Colombia.

Las pa ginas de webcam tienen sus propias reglas. En algunas, las mujeres no pueden desnudarse inmediatamente, en especial si trabajan en ‘salas privadas’, chats por los que un cliente para tener encuentros individuales de aproximadamente 20 minutos. Pero en esos espacios se ve de todo. Hay cosas del medio que la traumatizan. Desde la zoofilia y el sadismo hasta casos en los que clientes le han pedido a Carolina que se haga pasar por su madre. 

Cree que en algunos casos es preferible que las personas «desahoguen» sus impulsos a través de la pantalla y no en el mundo físico, especialmente cuando conoce casos de clientes que pagan por modelos con cara juvenil para que les griten ‘papa ’ mientras se masturban frente a la ca mara. 

«También hay clientes que se portan como unos caballeros. No todo es malo”. Otros  no buscan sexo y le han pagado para contarle su vida, «empiezan a quejarse de sus matrimonios, de sus esposas y sus hijos. A veces me pagan solo para que escuche». 

Asegura que se ha acostumbrado, «Después del tiempo le he tomado hasta cariño. No es que disfrute pero he aprendido a sobrellevarlo”. Para ella, sin embargo, la labor que ejerce “es un desgaste físico, mental y emocional como nadie tiene idea”.

*Nombre cambiado a solicitud de la fuente. 

LINDA PATIÑO
REDACCIÓN TECNÓSFERA

FUENTE: Eltiempo.com

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